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CIUDAD DEL VATICANO.– Cuando el cardenal Jorge Mario Bergoglio salió al balcón de la Basílica de San Pedro el 13 de marzo de 2013, pocos fuera de la Argentina sabían quién era. Pero al anunciar que adoptaría el nombre de Francisco, en honor al santo de Asís, dejó entrever de inmediato la orientación que tendría su pontificado: humildad, cercanía con los más pobres, cuidado de la creación y una firme crítica al poder y a la guerra.
Doce años más tarde, la Iglesia vuelve a iniciar una nueva etapa. El elegido por el cónclave de 133 cardenales fue el estadounidense Robert Prevost, prefecto del Dicasterio para los Obispos, quien sorprendió al tomar el nombre de León XIV. La elección no fue casual ni meramente simbólica: representa un guiño a un pasado influyente y podría anticipar el perfil de su papado.
León es uno de los nombres más tradicionales en la historia del pontificado. Comparte el cuarto puesto entre los más elegidos junto a Clemente, solo superado por Juan, Gregorio y Benedicto. Sin embargo, hacía más de un siglo que ningún papa lo adoptaba.
El último fue León XIII, nacido en Roma en 1810 bajo ocupación francesa. Ocupó el trono de Pedro entre 1878 y 1903, y su pontificado de 25 años fue uno de los más extensos de la historia. León XIII es recordado como el gran impulsor de la doctrina social de la Iglesia: en 1891, con la encíclica Rerum Novarum, reflexionó sobre los cambios provocados por la Revolución Industrial y defendió los derechos de los trabajadores frente a la explotación. Su legado marcó una línea de pensamiento que perdura hasta hoy.
“Creo que muchos de nosotros teníamos una interrogante cuando eligieron a un estadounidense, y luego él seleccionó el nombre de papa León XIV. Realmente significa para mí que continuará el trabajo de León XIII”, expresó Natalia Imperatori-Lee, directora de estudios religiosos en la Universidad de Manhattan, en diálogo con The Associated Press.
Al rescatar ese nombre, León XIV parece trazar una continuidad con aquella visión social y reformista. Y al mismo tiempo, podría estar planteando una agenda propia, con acento en la justicia económica, el diálogo con el mundo contemporáneo y una Iglesia comprometida con los desafíos globales.
“El nombre es un profundo signo de compromiso con los temas sociales. Creo que este (nuevo) papa está diciendo algo sobre la justicia social, al elegir este nombre, que va a ser una prioridad. Está continuando gran parte del ministerio de Francisco”, añadió Imperatori-Lee.
“Al elegir el nombre León XIV, muestra que está comprometido con la enseñanza social de la Iglesia, que fue establecida como fundamento por su predecesor”, dijo en la misma línea a The Washington Post el reverendo Thomas Reese, un sacerdote estadounidense y experto en el Vaticano.
El primer papa que llevó ese nombre, León I, reinó en el siglo V y fue canonizado como “León el Grande”. La historia lo recuerda por haber convencido a Atila el Huno de no avanzar sobre Roma, en un episodio que, aunque envuelto en la leyenda, simboliza el poder moral del papado. Ese encuentro fue plasmado por Rafael en un célebre fresco que adorna hoy el Palacio Apostólico del Vaticano, escenario por el que pasaron esta semana los cardenales electores antes de ingresar a la Capilla Sixtina para la votación.
El nombre León proviene del latín leo y evoca la figura del león, emblema de fuerza, valentía y autoridad. Para algunos observadores, puede interpretarse también como un intento de reforzar el liderazgo espiritual en un tiempo de tensiones dentro y fuera de la Iglesia.
Desde el balcón de San Pedro, en su primera aparición como pontífice, León XIV dedicó sus primeras palabras a su antecesor. “La Iglesia todavía puede escuchar la voz débil pero siempre valiente del papa Francisco”, dijo, en un reconocimiento explícito a quien, con su renuncia, cerró una era marcada por el impulso pastoral y la apertura al mundo.
El nuevo papa, que nació en Chicago en 1955 y fue agustino antes de convertirse en obispo, enfrenta ahora el desafío de conducir a la Iglesia en un escenario global complejo, marcado por conflictos, desigualdad y una creciente secularización.
Durante la mayor parte del primer milenio de la Iglesia Católica, los papas usaban sus nombres de nacimiento. La primera excepción fue el romano Mercurius del siglo VI, quien había sido nombrado por un dios pagano y eligió el nombre más apropiado de Juan II.
La práctica de adoptar un nuevo nombre se arraigó durante el siglo XI, un período de papas alemanes que eligieron nombres de obispos de la iglesia primitiva por “un deseo de significar continuidad”, según el reverendo Roberto Regoli, historiador de la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma.
Fuente: La Nación